“Un
copioso aguacero caía sobre Huashcao en la primera semana de febrero de 2011,
como esos que desde septiembre hasta marzo arropan la sierra ancashina.
Tronaba
y relampagueaba tan fuerte que parecía un concierto de fuegos artificiales;
aparentaba que el cielo deseara decir algo; y quizá Wayta Apu, la flor del cerro, esperaba que su eterna consejera, la
propia Pachamama, madre tierra, le
diera aunque fuese una sola respuesta a todas sus incógnitas, muchas de las
cuales la conducían a la frustración.
Era
de tardecita, pero parecía de noche; no se podía ver a una persona, así estuviese
a medio metro de distancia; aparentaba que el cielo estaba pinchado, que se
reeditaría el Diluvio Universal.
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